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El poder sanador de la visión panorámica

  • Foto del escritor: Marta Carbonell
    Marta Carbonell
  • 30 may
  • 3 Min. de lectura

Todo empezó un día cualquiera, mientras viajaba en tren. No era un día especialmente inspirador, ni un trayecto que no hubiera hecho antes. Pero aquella mañana, levanté la mirada de mi teléfono —donde escuchaba música con los auriculares puestos— y observé a las personas que viajaban en el mismo vagón.


Lo que vi me conmovió: casi todo el mundo miraba fijamente la pantalla de su teléfono móvil. Alguien escribía, otra persona deslizaba los dedos por la pantalla para ver más contenido en redes sociales o leer algún texto de interés, otra jugaba a algo... pero nadie, o casi nadie, miraba hacia fuera.


Al otro lado del cristal, la vida latía con fuerza. Por un lado del tren, el mar brillaba con ese azul cautivador, y las playas se extendían como una invitación al silencio. Por el otro lado, los pueblos costeros, con sus tejados irregulares, la ropa tendida en los balcones y las calles llenas de gente paseando, desfilaban como un recordatorio de la belleza cotidiana.

También había una carretera, llena de coches en movimiento, como una metáfora del ritmo constante, casi frenético, en el que vivimos cada día.


Y me pregunté: ¿qué nos estamos perdiendo, atrapados en la pantalla, cuando la realidad nos ofrece tanta amplitud?


Fue entonces cuando comprendí que mirar al horizonte no es solo contemplar un paisaje bonito. Es una necesidad del cuerpo y del alma. Me hice las siguientes preguntas:


¿Qué pasa dentro de nosotros cuando miramos a lo lejos?

A nivel fisiológico y neuronal, mirar al horizonte es un gesto que transforma profundamente nuestro estado interno.

Cuando dejamos de fijar la vista en un objeto cercano (como una pantalla) y la dirigimos hacia la lejanía, se activa el sistema nervioso parasimpático, responsable de la relajación y la regeneración.

El corazón late más despacio, la respiración se libera, el cuerpo entiende que no hay peligro inmediato. Es como si dijera: puedes descansar.


La visión de cerca —la que usamos constantemente— mantiene al cuerpo en estado de alerta. En cambio, la visión panorámica, que se activa cuando miramos a lo lejos, relaja los músculos oculares, disuelve la tensión de la mirada y, por extensión, también la del pensamiento. Es una forma física y directa de salir de la mente y volver al cuerpo.


Además, mirar al horizonte activa zonas del cerebro asociadas a la intuición, la creatividad y la conexión emocional.


En ese espacio visualmente abierto, la mente puede divagar, imaginar, descansar, encontrar respuestas sin buscarlas.


¿Qué beneficios concretos ofrece este gesto aparentemente simple?

  • Relajación ocular: mirar a lo lejos permite descansar el músculo ciliar, responsable del enfoque, y prevenir la fatiga visual.

  • Mejor lubricación de los ojos: cuando estamos frente a pantallas, parpadeamos mucho menos. Mirar a lo lejos favorece el parpadeo natural y protege los ojos.

  • Reducción del estrés: al activar el sistema parasimpático, disminuye la tensión física y emocional.

  • Mejora de la percepción espacial y el equilibrio: esencial para movernos con consciencia y seguridad.

  • Restablecimiento del ritmo natural de la mente: salimos del foco estrecho y entramos en un estado más abierto, más humano.


Desde aquel día en el tren, suelo hacer una pausa intencionada para mirar a lo lejos. A veces es el mar, otras veces el horizonte desde un balcón, o simplemente las nubes deslizándose lentamente. Es un gesto sencillo, pero cada vez me devuelve una profunda sensación de calma, amplitud y presencia.


Mirar al horizonte nos recuerda quiénes somos cuando dejamos de mirarnos hacia dentro con exigencia y nos abrimos a la vida tal como es.


Es un acto antiguo, casi instintivo, pero que puede devolvernos al presente de una forma poderosa. No hace falta entenderlo todo. Solo hace falta levantar la mirada.


Te propongo esta práctica: un ritual para reconectar

  • Elige un momento del día para mirar al horizonte, aunque solo sean 2 minutos. Puede ser desde una ventana, un balcón o durante un paseo.

  • Deja el móvil a un lado. Respira profundamente y simplemente observa.

  • No intentes entender ni analizar nada. Permítete estar.

  • Deja que la mirada se pierda en la lejanía y permite que el cuerpo respire.

  • Cuando regreses a tu actividad, observa cómo ha cambiado tu estado interno.


Deseo que cada día encuentres un instante para mirar a lo lejos, para dejar que la mirada se abra y el corazón se calme. Porque a veces, solo hace falta levantar los ojos para volver a sentirnos vivos.

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